En la alcazaba del Cóndor: The Moviegoer

The Moviegoer, de Walker Percy

El cinéfilo, Ediciones Alfabia, 2015


La novela comienza con esta cita de Kierkegaard: “lo específico de la desesperación es la ignorancia misma de su propia presencia”. Tras esta afirmación se desarrolla la peripecia existencial del protagonista, Jack “Binx” Bolling, lo que él mismo llama “su búsqueda”. Walker Percy, converso al catolicismo tras una larga convalecencia en la que encontró a Kierkegaard, Dostoievski y Santo Tomás, se refirió a su novela como una larga carta sobre una peregrinación. La novela fue un éxito (National Book Award en 1961, incluida por Time entre las cien mejores del siglo XX y por Harold Bloom en su canon occidental), sin embargo, es bastante desconocida para los lectores en español.

Binx Bolling va a cumplir treinta años, es veterano de la guerra de Corea donde fue herido, pertenece a una familia aristocrática de Nueva Orleans, es corredor de bolsa y huye del malestar que le atosiga yendo al cine y con pequeños romances con sus secretarias. En los pocos días que van del carnaval al miércoles de ceniza, el lector acompaña a Binx en su búsqueda para huir de la desesperación.

La escueta peripecia narrativa de la novela encierra en sí un diagnóstico profundo sobre la alienación y falta de sentido del plácido mundo de posguerra. Esto es importante hacerlo notar hoy, cuando buena parte del pensamiento católico parece limitarse a anhelar que se atrase el reloj unas cuantas décadas, antes de mayo del 68, como ha observado Mathew Walther: una sociedad más decente, menos aborto, menos divorcio, sin matrimonio homosexual e ideología de género (y, a poder ser, más batería en el iphone). Un mundo en que el “bienestar” ya era el fin último de la comunidad humana. Unos medios de formación de masas que radian lemas vacíos (“he conocido en casa de mi tía a unos cuantos de estos creyentes, humanistas y psicólogos de señoras”) que proclaman la fe “en la gente, en la tolerancia y el entendimiento, en la singularidad y dignidad del individuo”;  en Creo en esto [el programa de radio al que se refiere Binx] aman a todo el mundo en general, pero cuando se trata de esta persona o la otra en particular, he notado que odian con saña”. Frente a estas proclamaciones de fe vacías, el protagonista graba su propia aportación que termina así: “Creo en una buena patada en el culo. En eso creo”.

Muchos se han acercado a esta novela quedándose en esto: una descripción completa del malestar que produce ese mundo. He comprobado que esta descripción es, para el lector actual, el gran atractivo de la obra. El protagonista disecciona así a uno de sus tíos católicos: está tan a gusto en la Ciudad del Hombre, nos dice, que es difícil que la Ciudad de Dios tenga nada que ofrecerle.

Y sin embargo el camino de Binx va más allá del diagnóstico y es sorprendentemente explícito: la búsqueda —anota en un momento dado Binx— no puede prescindir de la cuestión de la existencia de Dios (“excluir a Dios es imposible. Punto de partida: el curioso fenómeno de la invencible apatía de uno mismo (…) Abrahán vio señales de Dios y creyó. Ahora la única señal es que ninguna de las señales del mundo importa. ¿Es esta la irónica venganza de Dios? Aun así le sigo la pista”). Por otro lado, la búsqueda necesita magnanimidad, un deseo por lo grande, para llevarse a cabo; Binx se siente tentado por lo que él llama “el pequeño camino”: la triste pequeña felicidad de las bebidas, los besos, un buen coche y unos buenos muslos (en alusión a los de su secretaria Sharon Kinkaid). Y, en tercer lugar —en contra de lo que han considerado muchos comentaristas de la novela, que ven su atractivo en el carácter abierto de los resultados— la búsqueda ofrece respuestas escandalosamente claras para unos lectores que disfrutan del camino, de la observación crítica sobre el mundo, pero eluden los resultados del término del peregrinaje: la comunión interpersonal triunfa sobre el aislamiento y el protagonista —el cínico observador durante toda la novela— consuela a sus hermanos pequeños proclamando la fe en la resurrección de la carne.

Manuel Venator

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