La casa de la Comunión: ¿Por qué el pensamiento de la muerte me llena de tanta alegría?

¿Por qué el pensamiento de la muerte me llena de tanta alegría?



Quizás es porque todavía no la he “sufrido” al perder a mis padres, o a mi hermano, o mis sobrinos, o a algún amigo o hijo espiritual muy querido. Quizás entonces este mes de los fieles difuntos me traiga la nostalgia de su ausencia y eso me entristezca. Entonces la tristeza será la otra cara del deseo de su presencia, de reencontrarme con ellos y abrazarles. No lo sé, cuando me suceda lo veré.

Pero a día de hoy el pensamiento de la muerte me llena de alegría. Me pasa desde pequeño. Cuando me dijeron que mi abuelo se había muerto lloré de rabia porque me enteré por un amigo, lloré por no haber podido ir a su entierro, despedirme de algún modo, pero en realidad no pude llorar por él, y eso me hacía sentir culpable, pensar que en realidad no le quería tanto, que era un egoísta al que sólo le importa él mismo. Y eso es cierto –aunque no es toda la verdad- pero ahora lo veo de otra manera. Alguna muerte muy cercana para mí me han producido un gran respeto, literalmente temor de Dios en el sentido bíblico: entrar en un ámbito donde no hago pie, donde sólo debo postrarme, adorar y guardar silencio, algo muy grande, muy sagrado, ante el que entrar con el máximo de respeto. Pero junto a esta dimensión tremenda, también está en mí la dimensión fascinante. ¿Por qué me fascina la muerte? ¿Por qué el pensamiento de la muerte me llena de alegría, una alegría trascendente, exenta de melancolía, pero a la vez profundamente espiritual? Creo que es porque pienso en mi muerte. 

Cuando antes pensaba en mi muerte se alternaban los pensamientos narcisistas acerca de la pena que sentirían determinadas personas, de cómo me despediría de ellos, de cómo me llorarían, pero junto a esos pensamientos al fondo había una emoción: a mí también me pasará. Y es que creo que el pensamiento de la/mi muerte me llena de tanta alegría porque lo percibo como algo irreductiblemente real, algo que me sucederá sin ninguna duda. Aquí es donde me doy cuenta de la herida y el sufrimiento que nos ha traído la duda cartesiana que es el núcleo linfático de la modernidad, de nuestra cultura. Es una duda acerca de todo. Por eso lo que nosotros buscamos es que sea real. Relaciones reales, una vida real. Cuando el otro día venía del entierro de la abuela de mi mejor amigo de la infancia, volvía muy contento porque el cariño de este amigo y de sus padres por mí y el mío por ellos era real. Pues bien, la muerte es real. Me niego con mi voluntad consciente a dudar de la realidad de todas las demás cosas de mi vida, sobre todo la principal: Dios. Pero no puedo evitar esa puesta en duda, inconsciente, cultural que forma parte de mí. Sin embargo, que me voy a morir es algo totalmente seguro. Y desde ahí, desde esa realidad indudable, o mejor dicho, ante la cual no siento ninguna duda puedo empezar a tirar del hilo. Se podría decir que es un principio de conocimiento de la realidad indudable. Por esto Platón dice que es el comienzo del conocimiento, de todas nuestras preguntas. Es fuerte eso. Que un filósofo tan grande como él, padre de nuestra cultura occidental, que forma parte también de la oriental, sienta y piense esto mismo que yo de forma espontánea.

Así pues, mi muerte sucederá, de eso no hay duda; cuándo, cómo, no lo sé pero sucederá, me sucederá. Por tanto puedo imaginar ese momento sin ningún temor a estar fantaseando, a separarme de la realidad. ¡Cuánto me ayuda imaginarme ese momento! ¿Por qué me llena de tanta alegría? ¡Porque después de ese brevísimo momento, tan breve como un cerrar de ojos, en ese momento ya estaré del otro lado! ¡Ya estaré caminando hacia su Luz! ¿Y qué veré? Sólo de pensarlo me pongo nervioso. ¿Quién vendrá a por mí? Veré por primera vez a mi ángel ¡qué ganas de ver a mi hermano mayor, amigo, compañero, mi guía y protector!- Quizás venga a acompañarme algún difunto que el Señor quiera ¿Alguno de los pobres que acompañé en su entierro como aquel abuelo de Cadalso, arrepentido, lleno de fe al que enterré yo solo? ¿Alguno de mis abuelos?

Creo que el Señor enviará a Santa Teresita, y que ella me asistirá también en el momento de la muerte, que en el caso de muchos (también los más grandes santos) es duro, terrible, un combate, como un parto. Pero en un parto lo que importa es el niño que nace, cómo será su rostro, la alegría de tomarle entre los brazos, recibirle para siempre. De la misma manera no quiero subestimar ese combate, al revés quiero prepararme. Pero la mejor preparación es visualizar el después no el durante, como en el parto y eso es lo más real. Pienso en Santo Tomás Moro, el filósofo inglés, y lo que escribió a su hija en la Torre de Londres horas antes de ser ejecutado. El temía desesperar durante el combate de la agonía escribió una pequeña obrita Sobre la agonía de Jesús. Allí contempla el miedo, la angustia, la tristeza usque ad mortem de Jesús en el huerto de los olivos y desdeña que sea un pecado sentirla en el combate personal de cada uno en la hora de nuestra muerte. Por eso con toda humildad llevamos toda la vida pidiendo miles de veces en cada Ave María a Nuestra Madre y Señora que nos asista en ese momento. Pero el santo inglés afirma que confía en la Gracia que le dará la fuerza necesaria para atravesar el valle oscuro con una confianza indestructible: Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan. Tomás Moro había escrito una pequeña obra en su tiempo de Canciller de Inglaterra sobre el pensamiento de la muerte y decía muchas cosas de las que estoy diciendo, sobre todo la principal: la realidad indudable de que esto me sucederá. Dicho sea de paso este pensamiento es uno de los instrumentos de los santos padres del desierto, los monjes y sabios de los albores de nuestra fe que a su vez está enraizado en la Palabra de Dios: “piensa en tu muerte y no pecarás”. “piensa en el desenlace de tu vida y no fallarás”; “pensad en vuestros líderes y en el desenlace de sus vidas”.

Y esto es sólo el principio. ¿Qué será cuando acompañado de mi ángel vaya hacia tu Luz, y viendo mi propia vida a la luz de esa Luz comience a llorar, de emoción y de dolor, de dolor agradecido, de arrepentimiento ante tanto Amor tan mal correspondido, y ese dolor de amor me irá purificando, y vendrá María y el sólo verla me llenará aún más de ese dolor de amor, de ese arrepentimiento ante tanto Amor tan mal correspondido. Al pensarlo en este momento me duelo, y me arrepiento de todo corazón, hasta el punto de las lágrimas, un llanto caliente y purificador pero intensamente doloroso... Pero una alegría llega a mi corazón ¡todavía me queda vida en la tierra para responder mejor! ¡Sí, es la hora de responder mejor! Este tiempo de la tierra es un regalo muy hermoso, y en ese sentido el sufrir por Jesús es su tesoro más grande. Allí cuando termine ese dolor purificador pasaré dentro de esa Luz y allí veré al Señor y a todos los que están con El y pasará toda ansiedad y quedará sólo el amor. Pero justo por eso, este tiempo es un regalo enorme porque puedo sufrir por su Amor, junto a otros, y ese sufrimiento va quemando el egoísmo y la ingratitud que tanto me pesará después ¡Aún estoy a tiempo!

Pensar en la muerte me llena de alegría porque, por un lado, me hace adelantar la realidad del cielo que llegará sin duda, y por otro me hace ver mi vida terrena, mi hoy, como una gran oportunidad para responder al Amor del Señor como se merece, como entonces me gustaría haberlo hecho.

Gracias Señor por el pensamiento de la muerte que siempre me ha acompañado. Gracias por mi muerte, gracias por mi vida y sobre todo gracias, gracias infinitamente por lo que tienes preparado para mí... “Cosas que el ojo no vio, ni oído oyó, Ni han entrado al corazón del hombre, las cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2,9).

Comentarios

Entradas populares de este blog

En la alcazaba del Cóndor: The Moviegoer

Cosas mínimas: Es hora de pensar en Dios

Desde la cueva: Tiempo de santos