En la alcazaba del Cóndor: sobre los acantilados de mármol

Sobre los acantilados de mármol, de Ernst Jünger

Tusquets, 2019



Más que ante una novela al uso, nos encontramos ante la bellísima descripción de una visión de Jünger: la destrucción de un tranquilo país imaginario, la Marina, amenazado por las hordas del bosque. Esto es lo que nos cuenta uno de los supervivientes de esa destrucción.

Ernst Jünger (1895-1998) había sido un héroe de la primera guerra mundial y un pensador muy influyente en la dura posguerra alemana. Tras el ascenso de Hitler al poder, prohíbe que sus obras sean utilizadas por el nazismo, rechaza todo cargo y honor y se va de Berlín. Sobre los acantilados de mármol se publica en Alemania en 1939 y supone la caída de su autor en desgracia. Serán varios los intentos de los nazis para librarse de él; se dice que en última instancia no fueron definitivos por la admiración que sentía Hitler hacia Tempestades de acero, la obra de juventud en que Jünger narraba sus vivencias de la primera guerra mundial.

Cierto es que todos leyeron en 1939 Los acantilados como una denuncia contra el nazismo, aunque su autor se resistía a esta reducción. Lo que denuncia no está forzosamente delimitado a la realidad alemana. El Viejo, que reina en los bosques, no es sólo el trasunto de un tirano concreto, sino que representa al nihilismo. Un cierto tipo de nihilismo que no busca la extensión del desierto sino convertir el mundo en una jungla. 

Los protagonistas de la novela son dos hermanos que tras volver de una guerra y formar parte de la “secta de los mauritanos” (trasunto de los grupos nacionalistas alemanes), deciden retirarse a una ermita y estudiar la flora de la Marina, con una biblioteca nutrida por los padres de la Iglesia, los filósofos, los clásicos y muchos diccionarios. En este retiro, “pronto notamos que la vida nos era propicia (…) íbamos ganando en serenidad y alegría (…) pero sobre todo, perdimos un poco de ese miedo que nos acongoja”. Cuando el desorden y el terror del Viejo Guardabosques empieza a hacerse sentir, ellos no abandonan este humilde trabajo que se han propuesto. A la vez, en los protagonistas va creciendo la conciencia de que las mejores cosas de esta vida nos son dadas gratuitamente.

En su retiro, los dos hermanos cuentan con el consejo de un monje, el Padre Lampros, del monasterio de María Lunaris. Uno de los hermanos observa que el monje “que vivía como un soñador tras los muros de su monasterio, era tal vez el único de nosotros que se hallaba en la realidad plena y efectiva”. El protagonista es consciente de que “la proximidad del buen maestro nos inspira aquello que en el fondo queremos”. 

Cuando el oleaje de la destrucción comenzó a batir con más fuerza, los hermanos sopesaron retomar la salida de la violencia que habían probado en sus años mauritanos. Se plantean salir por la noche con el pastor Belovar y su clan, a despedazar a la ralea de los bosques que está causando los desórdenes. Sin embargo, nos dice el protagonista, deciden ofrecer resistencia únicamente con el poder del espíritu. Esto no impide que en el momento crucial deban acudir armados a salvar la vida del débil príncipe que se adentra en el corazón del bosque para enfrentarse cara a cara con el terror. 

El despliegue de las hordas del bosque, del “pueblo de lémures”, en otro tiempo se habría liquidado con las defensas naturales de una sociedad sana. Que esto no fuera así, indica al protagonista que “se habían producido hondas alteraciones en el orden, la salud y la salvación del pueblo”. 

En este escenario de alteración profunda, tan parecido al actual, la receta de Jünger es clara y es un buen programa para nuestros días: “se necesitaban personas que mantuvieran el orden y nuevos teólogos que vieran con claridad el mal, desde sus manifestaciones externas hasta sus raíces más finas; sólo entonces llegaría el momento para el golpe de la espada consagrada que atraviesa como un rayo las tinieblas. Por esta razón las personas singulares tenían que vivir vinculadas entre sí con mayor claridad y fuerza que nunca antes, como coleccionadoras de un nuevo tesoro de legitimidad. Pues cuando alguien quiere ganar una carrera, aunque sea corta, vive de una manera especial. Mas de lo que aquí se trataba era de ganar la vida excelsa, la libertad y la dignidad del hombre”. 

En última instancia, se produce la aniquilación del país amadopero a la vez, se impone la certeza de que la aniquilación ondula solamente en la superficie de la realidad, y con ello triunfa también la esperanza en que si vivimos en las celdas que son indestructiblesatravesaremos la destrucción y será “como si entrásemos en la seguridad de la casa paterna”.


Manuel Venator

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