Cosas mínimas: ¿Normalizar el insulto?

¿Normalizar el insulto en la vida pública?

 

El diálogo forma parte de nuestra vida ordinaria. Desde que nos levantamos, hablamos con otras personas, necesitamos ponernos de acuerdo en diversos asuntos, comunicamos pensamientos y sentimientos, escuchamos a los demás, compartimos opiniones… 

 

En la vida pública, ese diálogo se hace totalmente necesario y, además, es preciso que sea hecho con gran profundidad y calidad, por el bien de todos. La charlatanería y el insulto, a los que desgraciadamente nos vamos acostumbrando, hacen la que la vida política caiga en el mayor de los desprestigios y defraude a los ciudadanos. 


En este contexto, cabe preguntarse, ¿debemos permitir el insulto como algo ordinario, aceptable o respetable, dentro del diálogo, tanto en la vida ordinaria como en la vida pública?

 

Supongo que todos tenemos la experiencia de que el insulto, lejos de favorecer el diálogo, lo dificulta. 

 

El insulto hace que la conversación deje de estar enfocada en la realidad y las opiniones, para entrar en cuestiones personales y pasar al terreno del juicio descalificatorio y la ofensa. El insulto no permite una sana convivencia, atenta contra la diversidad, fomenta el odio y hiere la dignidad del otro. 

 

El que insulta, en el fondo, no quiere escuchar al otro, sino imponerse por encima del otroInsultar es una forma de ejercer violencia sobre los demás, de herir, de silenciar,para que el ofendido no se exprese y para que, si lo hace, su opinión cuente ya con una etiqueta que lo desacredita.

 

Dar carta de ciudadanía al insulto en nuestra sociedad no amplía la libertad de expresión, sino que la recorta, dificultando que se desarrolle con normalidad. La ofensa con frecuencia pretende que el ofendido desista de su interés por exponer sus ideas, o lo haga con menor clarividencia, o pierda el equilibrio al enojarse por la ofensa recibidaLos insultos suelen hacer que el diálogo termine antes de lo debido, crean silencios, suscitan hostilidad y rencor, degradan el uso de la palabra…

 

El que insulta no ve al otro como un igual, digno de respeto, sino como alguien que está por debajo, a quien puede ofender. Normalizar el insulto degradaría nuestra convivencia y los valores que, se supone, la sustentan. Supondría aceptar nuestra incapacidad para dialogar como personas civilizadas. El insulto no permite que construyamos juntos, sino que destruye lo edificado y nos autodestruye.

 

Para que el diálogo sea verdaderamente fecundo es necesario saber escuchar lo que dice el otro, con el convencimiento de que no es para mí una amenaza, de que tiene algo que aportarme, de que juntos debemos buscar la verdad. Sólo así, el diálogo deja de ser la suma de dos monólogos para ser un espacio de comunión (común-unión). Para fomentar un buen diálogo y entendimiento, auténticos, además de respetar, es preciso un aprecio mutuo, más allá del contenido de las ideas que se debaten.

 

¿Insulto sí o insulto no? Para algunos parecer ser una cuestión opinable, podrían aceptarse –dicen- marcando unos límites… Para muchos esta pregunta se circunscribe al campo de la educación y los buenos modales, esos mínimos que todos debemos respetar en la convivencia. Sin embargo, el tema es mucho más profundo..En el fondo de la cuestión está qué valor damos al diálogo y a las personas con las que hablamos.

 

Es curioso ver en nuestra sociedad, que se autocalifica de “progresista” y “avanzada”, cómo hay sectores que no se oponen frontalmente al insulto, la intolerancia, la descalificación y el rechazo sectario frente al que disiente. Esto se hace aún más patente cuando se trata de quienes expresan ideas contrarias a lo que es “políticamente correcto” o “está de moda”. Como respuesta se encuentran con burlas, etiquetas, insultos, desprecios, comentarios cargados de rabia… Todo esto dista enormemente de lo que es el diálogo, que supone emprender un camino juntos con el propósito de llegar a un final que nos una…

 

El diálogo nos ayuda a crecer y a ver más allá. Sin embargo, cuando el diálogo se convierte en un instrumento al servicio de intereses particulares, desligado de la verdad y el bien común, con un objetivo prefijadoentonces se convierte en un arma de destrucción.

 

Todavía nos queda mucho en lo que crecer y muchas actitudes que sanar en nuestra sociedad. Creo que aún abundan entre nosotros actitudes como la intolerancia, el desprecio del otro, la sordera ante los argumentos, la ceguera para no mirar más allá de las propias opiniones, el egocentrismo o el miedo a la verdad. 

 

Muchos filósofos han definido al hombre como “animal que habla”. La capacidad argumentativa es propia del ser humano; poner nombre a las cosas, describir el mundo que nos rodea, expresar sentimientos, crear belleza con la palabra… Hablamos para entendernos y vivir juntos. Hay realidades que nos trascienden, que se nos escapan, y que sólo unidos podemos hallar. El modo en que usamos esta capacidad no es baladí: hablar bien nos humaniza y hablar mal nos deshumaniza.


Mínimus 

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